Me esforzaba
por escribir alguna genialidad hasta que comprendí que no podía escribirla,
entonces empecé a escribir cualquier cosa y a comunicarme con mi entorno que me aísla del pensamiento de soledad.
Tú sabes, la
soledad empieza en tu mente cuándo descubres que existe a tu alrededor. Tiras
aquel pensamiento por la borda y desde ese momento te sientes acompañado.
Creé (de
creación pues) un compañero a quien llevo cerca de mi todo el tiempo, es mi
gran compañero. Un compañero sin fecha
de nacimiento (sin edad pues), cuando lo pienso lo veo tan irreal como
real. Tú me dirás que es un ángel, la
verdad no, no es un ángel quizás un hechicero, me inclino por las brujas y los
hechiceros, no te asustes por favor esto de brujas y hechiceros queda
únicamente para Salem y sabemos de antemano que nunca hubo brujas y hechiceros
en Salem.
Tú le podrás
dar el nombre que quieras o Ángel o hechicero, lo cierto que siempre lo llevo
conmigo; le platico y le cuento lo que
acontece a mi alrededor. Bueno, no me
contesta pero adivino su cara con un gran signo de interrogación.
Cuando deje de
pensar en este gran compañero, o cuando piense que ya no está que se fue,
desapareció, creo que me colgaré del cordón de plata para que me oriente hacia
el lugar en dónde hube perdido la conexión con aquel compañero que me acompañaba
sin saberlo.
Continúo
enamorándolo porque me saca de la desilusión de la vida, de esa realidad que
nos conduce irremediablemente hacia lo desconocido. La realidad que nos señala
la temporalidad de la vida humana.
¿Qué es lo que
nos desilusiona al comprender esa temporalidad? si llegamos a comprenderla,
probablemente perdamos el sentimiento y por eso el hombre se ha empeñado en
buscar el camino de la inmortalidad.
Cree en un más allá de mil maneras un más allá que encuentra mil formas
de manifestaciones. Ya tenemos a un
Frankenstein, a un Drácula, señores de
la inmortalidad a un Supermán.
Una vida
después de la vida, la resurrección, en fin, todo para no validar la
temporalidad de la vida. Aún los más
incrédulos pensamos que no hay que creer ni dejar de creer.
A tal extremo
que quedó olvidada la costumbre de la incineración costumbre oriental. Hasta ahora con la modernidad se inicia
aquella sana costumbre.
Era prohibido
quemar cadáveres porque según la religión cristiana, el Señor vendría a
resucitar a los muertos para llevarse al paraíso a vivos y muertos. Todo por la necesidad de creer en la
inmortalidad y dejar por un lado la temporalidad.
No discuto que
esto de resucitar muertos sea puramente simbólico. No entraré en detalles. Da para mucho más.
Y no es que me
canse de escribir, es que ustedes se cansan de leer.
Gracias por
estar. Un beso.